jueves, 26 de marzo de 2009

Wô jiésháo yíxìa

Estoy muy contenta que el Blog os haya enganchado o, al menos, es lo que decís.  Espero que no estéis mintiendo como bellacos solo para quedar bien conmigo. Me he dado cuenta que escribo como si todo el mundo nos conociera, pero a parte de la familia y los amigos, parece ser que hay más gente que se ha animado a leer mi Blog, ¡qué valor!. Muchas gracias a todos, porqué eso me da ánimos para seguir contando historias desde este planeta.

Para aquellos que no nos conocéis “Wô jiésháo yíxìa”, o sea, que traducido del chino significa que voy a hacer una pequeña introducción de mi familia, y también contaros porqué decidimos venirnos a vivir tan lejos de casa. Tenemos dos peques, Adrián, de cinco años, y Claudia, de dos años y medio; David y yo tenemos treinta y tantos, vamos, que los treinta los tenemos cumpliditos hace ya tiempo. En España vivíamos en un pueblo muy cercano a la sierra de Madrid, en San Agustín de Guadalíx, donde nos habíamos traslado hacía poco más de un año antes de mudarnos a Shangai. Lo cierto es que nos sentíamos muy a gusto allí porqué es un municipio bonito, relativamente pequeño, tranquilo y cercano a Madrid. Además, tenemos la gran suerte de contar con unos vecinos maravillosos a los que echamos mucho de menos.

Nuestra vida en España era sencilla y bastante convencional, como la de la inmensa mayoría de los padres con hijos pequeños. Casi todos los días regresábamos a casa del trabajo bastante tarde, si es que alguno de los dos no estaba viajando. No había más tiempo que para preparar la cena, bañar a Adrián y todos a la cama, reventados; ¡un día más!. Durante el fin de semana había que dedicar un día a comprar y, con suerte, podíamos organizar algo con la familia o los amigos, pero poco más. Desde luego, nada excitante. No voy a decir que nuestra vida aquí sea “excitante”, pero si es cierto que disponemos de tiempo libre, hacemos muchas más cosas y podemos disfrutar de nuestros hijos. La novedad nos ha mantenido bastante entretenidos hasta ahora, siendo este un lugar donde nunca dejas de sorprenderte y siempre encuentras algo o alguien que te deja totalmente descolocado.

David y yo nos habíamos planteado muchas veces la posibilidad de residir en el extranjero durante una temporada, y esta era una idea que llevábamos barruntando desde hacía ya varios años. Nos apetecía un cambio, vivir nuevas experiencias en otro país y huir de nuestra particular estresante rutina diaria. La familia y los amigos estaban más o menos al corriente de nuestro empeño, pero yo creo que casi todos creían que era un farol y no seríamos capaces de dar este paso. No teníamos pensado ningún destino en particular, tan solo confiábamos que tarde o temprano nos saldría una oportunidad en alguna de nuestras respectivas empresas.

Un día llegó David a casa, muerto de la risa, contándome que se buscaba un candidato para desplazarse a Shangai, ¡vaya destino!.  El pobre se quedó con cara de “¡no me lo puedo creer!” cuando le dije: “¿Por qué no te enteras con detalle del puesto y, si nos interesa, lo solicitas?”. Su respuesta fue inmediata, alucinado por mi pregunta: “Pero, ¿tu te irías a China?”. A lo que respondí:  “¿Y por qué no?. Si es interesante para nuestro futuro y el de nuestros hijos, es una opción como otra cualquiera”.

Y ahí empezó todo, en Mayo de 2006, cuando yo estaba embarazada de tres meses de nuestra hija Claudia. El proceso de selección fue muy largo, quizás demasiado, con muchas entrevistas, cinco de ellas en París. Hasta que un día de Octubre, cuando teníamos un poco olvidado este tema y, tan solo unos días antes de dar a luz (de hecho ya estaba de baja), recibo una llamada de David diciéndome que debería comunicar en mi trabajo que, por una temporada larga, no iba a regresar. Yo no tenía ni idea de que me estaba hablando y pensaba que se refería a mi baja por maternidad. Cuando me contó la noticia, reconozco que me quedé de piedra, sin saber que decir, no sé como el parto no se adelantó en ese instante.

Como suele ser habitual en estos casos, la empresa le notificó que debería ocupar su nuevo puesto en Shangai lo antes posible. El problema era que íbamos a tener un bebé y ellos mismos nos desaconsejaron hacer el traslado con una niña tan pequeña, siendo mejor esperar a que tuviera unos cuantos meses. Claudia nació a finales de Octubre y, finalmente, nos marchamos la última semana de Marzo de 2007, cuando la nena tenía cinco meses y un año después de solicitar el puesto. Ahora no entiendo muy bien el motivo por el cual no viajamos antes, porqué Shangai es una ciudad donde la vida es fácil y no hay problemas para venir con bebés; se puede encontrar casi de todo y hay muy buenos hospitales en caso de una emergencia.

Hay que asumir que es muy complicado tomar una decisión de esta envergadura. Marcharse a China no es lo mismo que desplazarse a un país con una cultura occidental, más similar a la nuestra. Antes de casarnos yo estuve trabajando seis meses en Inglaterra y no necesité grandes preparativos. Primero, porqué en aquella época no tenía marido ni hijos y, segundo, porqué en cualquier momento existía la posibilidad de coger un vuelo de vuelta a España para pasar un fin de semana en casa. Mover una familia es difícil por todo lo que conlleva y, en nuestro caso fue relativamente sencillo, porque nuestros hijos son muy pequeñitos y van donde les digas sin poner pegas. Cuando los hijos son más mayores puede ser un problema enorme convencerles que tienen que dejar a su familia, amigos, colegio, casa, es decir, abandonar toda su vida, su mundo, para ir a un lugar nuevo en donde no conocen nada ni a nadie. Y a todo eso hay que añadir la dificultad adicional que supone el no saber el idioma.

Aunque desde el primer momento encontrábamos gran cantidad de ventajas en mudarnos a China, también pensábamos mucho en nuestras familias, en cómo se lo iban a tomar, más ahora que teníamos dos niños y, sobre todo, como debíamos abordar el tema. Fue lo más duro, pensar en la gran distancia que nos iba a separar de todos aquellos a quien queremos y nos quieren, nuestra familia y amigos.  Aunque para muchos no fue una gran sorpresa, realmente todos se mostraron estupefactos por el destino.  

Tengo que decir que David y yo nunca tuvimos grandes dificultades para adaptarnos a la vida aquí. Supongo que influye mucho que estábamos plenamente seguros de nuestra decisión y muy motivados por el cambio. Hay muchas personas que lo pasan francamente mal, deseando que finalice su contrato de expatriación para poder regresar a su país. Se corresponde con casos en los que las compañías, poco más o menos, les obligan a expatriarse.  Eso es una gran equivocación, porque no se puede forzar a nadie, y menos a una familia, a mudarse a otro país y, desde luego, no a un sitio como China. La empresa de David es muy consciente de los problemas que una situación así conlleva y se aseguran que sus expatriados estén plenamente convencidos. Por eso entrevistan también al cónyuge, que suele ser quién más impedimentos interpone, y con ello tratar de evitar los casos tan numerosos de divorcios que existen durante las expatriaciones. Hay que reconocer que es la pareja quién normalmente tiene que renunciar, a priori, a más cosas. En mi caso, por ejemplo, mi propio trabajo, que me gustaba mucho. Está claro que una mala situación en el hogar desestabiliza al trabajador, poniendo en peligro la inversión y apuesta de futuro que ha hecho la empresa con esa persona.

Nuestro punto de no retorno fue en diciembre, durante una semana David estuvo en Shangai buscando casa y colegio. Se trata de la prueba de fuego, cuando uno tiene que tener muy claro si se ve viviendo en ese lugar con su familia. Es en ese momento cuando hay gente que decide echar marcha atrás y detener el proceso de expatriación. Yo también debía haber acompañado a David en ese viaje, pero Claudia tenía poco más de un mes y no era factible. Así que, no me quedó otra que confiar ciegamente, nunca mejor dicho, en las conclusiones que David obtuviera de su aventura China.

Algo que nos resultó de gran utilidad luego es que la empresa también organiza un cursillo para familiarizarse con la cultura y costumbres del país al que uno se desplaza, en nuestro caso se llamaba “Introducción a la cultura China”. El consultor que nos dio la charla había estado viviendo en Shangai, entre otros muchos lugares del mundo. Casi todos los temas que iba abordando me parecieron exagerados, no les di demasiada credibilidad y, sinceramente, pensé que se estaba quedando con nosotros. Ahora no me queda otra que retractarme y reconocer que todo aquello que nos contó, no solo era cierto, si no que hasta se quedó muy escaso en su exposición. Y ahora esas historias, y más, son las que os estoy contando en mi Blog…

 

 

 

Recién llegados a Shangai

lunes, 23 de marzo de 2009

Taxis y taxistas

Utilizar un taxi en Shangai puede ser una experiencia memorable, que no siempre grata. El transporte público no es un servicio especialmente desarrollado y, aunque el metro es muy moderno, de momento son muy pocas las líneas disponibles, que solo cubren la zona centro. Para desplazarse a muchos lugares de esta ciudad descomunal, el taxi es el mejor medio de transporte posible, con dos grandes ventajas: disponibilidad, ya que hay gran cantidad de taxis, y precio, al ser relativamente barato; y como inconveniente, que el tráfico es terrible, y llegar a tiempo a una cita puede convertirse en todo un reto.

Los taxis no pertenecen a particulares, si no que hay varias flotas que se distinguen por el color del coche. El 99% de los taxis en Shangai son VW Santana de todas las épocas que ha conocido ese coche, desde el modelo de hace 30 años, que todavía se sigue fabricando aquí, pasando por el Santana 2000, Santana 3000 y, por último, Santana Vista, que es la versión más moderna. Cuando uno entra en un vehículo de esos de hace tres décadas, es como si se volviera al pasado, no solo porqué tienen un diseño muy antiguo, si no por lo incómodos que son. El motivo de que haya tanto Santana es porqué se fabrica en Shangai y resulta más económico que comprar otra marca que no se produzca aquí. Por la misma razón, en Beijing casi todos los taxis son Hyundai Lantra. Es muy caro comprar cualquier coche que no se fabrique en la provincia en la que uno vive.

También hay algunos taxistas, los menos, que son ilegales, con turismos normales y corrientes, pero que guardan el taxímetro en la guantera o que acuerdan directamente un precio con el cliente. De hecho, en nuestra urbanización hay uno, pero la verdad que se agradece poder ir en un VW Passat limpito y cómodo, con su tapicería de cuero. ¡Aquí eso es todo un lujo!.

Como ya conté en mi anterior entrada del blog, la limpieza no es una virtud que caracterice a los chinos y, los taxis, por desgracia, no iban a ser la excepción. Suelen estar más limpios por fuera que por dentro, porqué la apariencia externa de las cosas es algo que les preocupa mucho; si el interior está sucio o huele a tigre, no es tan importante. Los asientos están cubiertos con unas fundas blancas, bueno, que lo fueron en algún momento, cuando las lavaron. A mi me llama la atención ver a los taxistas con sus guantes blancos, tanto como las fundas de los asientos, y que a veces están rotos, dejando al descubierto los dedillos por los agujeros.

Los taxistas son una raza aparte de conductores, resultando extraño que respetan las reglas. En Shangai o Beijing son solo relativamente peligrosos, pero nuestra experiencia en otras ciudades no tan grandes, como Hangzhou, es muy mala y estos “profesionales del volante” van jugándose su vida y, lo que es peor, la de los pasajeros. Yo creo que en cualquier lugar del mundo es bastante común que los taxistas sean unos piratillas y muy flexibles a la hora de entender las normas de circulación. Conducen rápido, muy rápido, en comparación con la velocidad con la que el resto de vehículos circulan y no soportan tener a nadie delante, por lo que se pasan todo el trayecto cambiándose de carril para adelantar: por la izquierda, por la derecha, por el arcén, que todo vale. Es como estar jugando a un videojuego de carreras de coches, pero uno está dentro del juego. ¡Como se echa en falta el cinturón de seguridad en los asientos traseros!. Mientras conducen, también hablan por el móvil y fuman como carreteros, con toda naturalidad aunque, por supuesto, esté prohibido.

Cuando en una ciudad el número de taxistas no es suficiente, el gobierno se encarga de reclutarlos en las  zonas rurales. Normalmente tienen poca o ninguna experiencia en conducir, y si tienen licencia, es probable que la hayan usado únicamente para transportes por el campo. Por todo esto, es bastante habitual encontrarse con taxistas que no se conozcan la ciudad y no suelen admitirlo, dando mil y una vueltas antes de decidirse a preguntar. Aunque me temo que lo de “no preguntar” es algo inherente al género masculino, independientemente de la cultura o nacionalidad. A veces, solo queda confirmar lo que ya se venía sospechando “yo juraría que esta calle ya la he visto tres veces”, más vale asumir que se está perdido y que no se sabe cuando se va a llegar al destino. Si se es un turista, hay que confiar en la suerte, pero si se vive aquí, es conveniente no tentarla y haberse estudiado bien el mapa antes de salir de casa para indicarles el camino a seguir. Es la única forma de evitar desagradables sorpresas.

Los chinos son muy desconfiados y los extranjeros tenemos un problema con los taxistas, ya que muchos no paran al ver que eres forastero, porqué tienen miedo a no entenderte o que tu no les entiendas y no les pagues. Y, desde luego, lo que es seguro, es que no se detienen si ven que se lleva un carrito de bebé. Recuerdo alguna que otra vez que David se ha tenido que esconder con Claudia y el carrito, mientras yo llamaba un taxi con Adrián y, una vez dentro los dos, han aparecido David y Claudia. ¡Muy triste, pero necesario!.

Creo que después de todo esto, ya todos entendéis porqué prefiero conducir mi propio coche…

martes, 17 de marzo de 2009

Restaurantes

Shangai ofrece una amplia variedad de lugares donde se puede comer, para todos los gustos y bolsillos, desde los pequeños puestecillos ambulantes, en los cuales se puede llenar el estómago pagando entre 3 a 5 RMB (0,3 a 0,5 €), hasta restaurantes de lujo, donde el precio lo marca lo que la billetera de cada uno le permita.
La gastronomía tradicional china no tiene nada o muy poquito que ver con la comida de los restaurantes chinos en España, donde siempre me ha dado la impresión que, independientemente del restaurante en que se esté comiendo, todos los platos tienen el mismo regustillo. Con esto quiero decir, y sin tratar de herir la sensibilidad de los amantes de la comida oriental, que lo que se come en España en “El Palacio de Oriente” o “El Buda Feliz” o “La Gran Muralla” no suele ser muy auténtico ni original, como tampoco lo son a la hora de poner nombres a los restaurantes.
China es una nación enorme, en donde la variedad gastronómica también es muy extensa y, dependiendo de la zona del país, la cocina es totalmente distinta. Por ejemplo, en el área más occidental son sabores tipo morunos, muy especiados; en Sichuan, muy picantes; en Shangai, más dulzones. Lo que no es habitual es encontrarse “rollitos de primavera” en la carta de un restaurante en Shangai, lo cual puede resultar chocante, cuando se piensa que este plato es “el clásico entre los clásicos”. Y, por supuesto, lo que nunca van a tener es pan, ya que la base de su alimentación es el arroz y es el complemento a cualquiera de sus comidas.
En el día a día, los chinos son muy dados a comer fuera de casa y, normalmente, lo hacen en los puestos callejeros, siendo estos los lugares más populares y también baratos. Además, hay muchos pequeños restaurantes que no son otra cosa que las propias viviendas de la gente que están abiertas a la calle. En el mejor de los casos, estos locales disponen de un par de mesas y sillas, otras veces, se pueden ver latas de conserva muy grandes, troncos de madera, ladrillos o cualquier objeto donde uno se pueda sentar. Aquí se ofrecen platos sencillos de arroz y noodles, que no tienen mala pinta. Otros ofrecen todo tipo de pinchitos de bichos, como en la foto. Tengo que reconocer que en los dos años que llevamos viviendo aquí nunca nos hemos atrevido a comer en estos sitios, porqué no nos fiamos de la calidad ni de los ingredientes que emplean para cocinar y, sobre todo, por las condiciones higiénicas. Tratando de decirlo de una forma más o menos fina, suelen tener “más mierda que el palo de un gallinero”. Está claro que la gente come a diario y sobrevive, que se sepa, pero a mi se me levanta el estómago cuando veo tanta suciedad junta en un lugar donde se está cocinando. La limpieza no es algo prioritario para los chinos y, por desgracia, eso se hace extensivo en los lugares donde se come.
También aquí se encuentran las cadenas de restaurantes americanos de comida rápida y que, hoy en día, por ese fenómeno llamado globalización, hay en casi cualquier parte del mundo. En Shangai hay muchísimos Mc Donald (Mai Dan Lao), KFC, (Ken De Ji) o Starbucks (Xing Ba Ke), entre otros. Salvo pequeñas variantes, como patas de pollo o cuellos fritos en el KFC, los menús son primos hermanos de los que tenemos en España y, para hacerse una idea de los precios, un menú Big Mac cuesta 17 RMB, unos 2 €, y en el KFC, que es un poco más caro, unos 25 RMB. Recuerdo que hace tiempo un amigo me dijo sobre este tipo de restaurantes que lo bueno que tienen (o lo malo, según se mire) es que sabes que te estás comiendo la misma basura en cualquier parte del mundo, y estoy totalmente de acuerdo, porqué el Big Mac o Whopper saben igual, y ahí queda eso, allá donde te lo tomes. Starbucks es un poco más especial y resulta caro, muy caro, sobre todo para los chinos, porqué el café más barato son 28 RMB. Mientras que Mc Donald o KFC tienen mucha aceptación entre toda la población, sobre todo entre la gente más joven, Starbucks, aunque también es muy popular, es considerado como un sitio bastante pijo, al que no todo el mundo se puede permitir ir. En realidad es como en España, porqué un cafetito en Starbucks también cuesta un pico. En cuanto a los típicos restaurantes chinos, llaman mucho la atención aquellos que están ubicados en edificios enormes, de varias plantas, que a simple vista parecen hoteles. De hecho, hotel y restaurante se dice igual en chino (fan dian), por lo que, a veces, es necesario entrar dentro para saber si se trata de uno u otro. Lo corriente es que haya varios porteros solo para abrir la puerta, que llevan uniformes de “capitán general”, dándose gran importancia, todos ellos con su pinganillo en la oreja, el cuál todavía no he llegado a descifrar cuál es su uso. Una vez dentro del restaurante, suelen haber señoritas vestidas con el traje tradicional chino, qipao, muy monas todas ellas, nada más que para indicar el camino, no vaya a ser que uno se pierda. Disponen de salones privados, más o menos grandes, donde se puede disfrutar del almuerzo con cierta intimidad, y es como si se estuviera en la habitación de un hotel. Resulta especialmente llamativo la cantidad de personal que trabaja en estos sitios, e incluso, a menudo, se pueden ver muchos más empleados atendiendo las mesas que comensales hay en el restaurante. A pesar de tanta gente, se puede decir que el servicio deja mucho que desear, aunque existan honrosas excepciones, sobre todo en los restaurantes internacionales. Una vez sentado, lo primero que hacen es servir un vasito de agua calentita o una taza de te verde caliente, sin azúcar, independientemente de la estación del año. Por supuesto, para comer hay que utilizar palillos (kuaizi) y es muy raro que tengan cuchillo y tenedor. Aunque dependiendo del tipo de cocina, en la carta se pueden encontrar mil y una sorpresas como: serpiente frita, lenguas de pato, todo tipo de intestinos, carne de perro, serpiente, tortuga, rana y demás bichos, cocinados de formas muy diversas. Entre las sopas, se podría destacar la clásica de aleta de tiburón (está buenísima y es muy cara) y la de serpiente y tortuga (muy famosa), etc. Si hay suerte, la carta puede estar en inglés, no obstante, en muchas ocasiones, la traducción que hacen no aclara nada sobre el contenido de ese plato. Los chinos utilizan muchas metáforas para todo, y en la comida no iban a ser menos. Para que sirva de ejemplo, es como “Hormigas subiendo al árbol” o “Familia feliz”, que aparecen en los menús de los restaurantes chinos en España. En estos casos, en los que a uno le asaltan las dudas y, todo hay que decirlo, temor y aprensión, lo más recomendable es ir a lo seguro y pedir algo que uno sepa lo que es, por si acaso. También es corriente que en algunos de los restaurantes tengan los “ingredientes” vivitos y coleando, lo que es reflejo de “su frescura”, y es algo muy cotizado. Pueden tener todo tipo de bichos vivientes, conocidos y desconocidos, desde peces y mariscAñadir vídeoo en las peceras, lo cual no difiere mucho de los cocederos de marisco en España, hasta aves, serpientes, tortugas, ranas, etc. Por supuesto, no hay vacas, cerdos, caballos o corderos, pero por motivos de tamaño y porqué esa carne no es apta para el consumo recién muerto el animal.

David ha tenido alguna que otra experiencia con estos platos tan exóticos. La semana pasada le pusieron la cabeza de una vaca entera, cocinada, por supuesto, pero hay que reconocer que a cualquiera nos daría un poco de grima, aunque luego esté todo muy bueno. En otra ocasión fueron canapés de escorpión, ¡deliciosos!, aunque David optó por no probarlos.

Aunque entiendo que a estas alturas a más de uno se le haya podido quitar las ganas de volver a un restaurante chino, tengo que decir en su favor que hay platos muy sabrosos y a mi, en particular, me han gustado muchas de las recetas que he probado hasta ahora, aunque de otras mejor ni hablar... Si bien es cierto que, ante la incertidumbre sobre los ingredientes empleados, intento dejar los escrúpulos para otro momento, y opto por comer y no preguntar demasiado. No es habitual tomar postre en China, ni tan siquiera suele existir esta posibilidad en la carta. Tan solo en los restaurantes más occidentalizados puede haber algún que otro postre, pero tampoco se corresponden con la idea de fruta o dulce que tenemos, si no que son platos bastante extraños para nuestro paladar. Y para terminar, en Shangai, como ciudad cosmopolita que es, es variada la oferta de restaurantes de todas las nacionalidades que uno se pueda imaginar, incluyendo, por supuesto, restaurantes españoles (Las Tapas, La Gran Bodega, Indalo, La Verbena, etc.). En general, almorzar en un restaurante internacional sigue resultando más barato que su equivalente en España, salvo por la carta de vinos, que suelen tener precios prohibitivos. Considero que es todo un lujo poder ir de vez en cuando a alguno de estos restaurantes españoles, darse un homenaje, y disfrutar de una comida típicamente mediterránea y, si se tiene suerte, incluso hablar español…

viernes, 13 de marzo de 2009

Habilidades personales: buen bebedor

Como sucede en muchos países, incluyendo el nuestro, muchos negocios y contratos se cierran en comidas o cenas, con juerga posterior opcional. En China hay una tradición que se llama gambei, que consiste en un brindis en el que hay que beberse lo que se tenga en ese momento entre manos de un solo trago; con contenido alcohólico, se entiende. Sería algo parecido a nuestros chupitos, salvo que estos se suelen tomar al final, con el postre, mientras que el gambei se hace durante todo el tiempo que se prolongue la comida. El que más bebe es, por llamarlo de alguna manera, “el más campeón", siendo considerado el mejor jefe o el mejor compañero o el mejor socio, etc., en definitiva, alguien de plena confianza, puesto que es capaz de trincar con sus comensales hasta caerse redondo, si hace falta. Si se rehúsa a brindar lo consideran un agravio y esa persona no es de fiar, ya que no ha demostrado "su valía" delante de sus colegas, colaboradores, socios o clientes. Como excusa para librarse de tanto gambei tan solo se puede argumentar algún problema de salud, pero más vale que sea convincente… Es de imaginar que tras estas reuniones de trabajo, con un contenido etílico tan elevado, los asistentes acaben bastante “perjudicados”. Lógicamente, si lo que se pretende es cerrar un negocio o firmar un contrato, no conviene que el responsable termine tajado perdido. Todos ya sabemos los efectos devastadores que produce el alcohol en nuestra capacidad de raciocinio y, sobre todo, por esa “exaltación de la amistad” que cualquier borrachera trae consigo, no muy recomendable a la hora de pactar algo de lo que al día siguiente ni se recuerda. Por todo ello, las empresas se encargan de enviar a estas negociaciones tan festivas a profesionales de la bebida, para afrontar el gambei con toda la alegría que su cuerpo se lo permita, así el jefe se puede mantener en un estado de sobriedad aceptable para cerrar el trato. En el departamento de RRHH de cualquier empresa china es habitual recibir CV´s donde entre las habilidades personales del aspirante a un puesto de trabajo figura la de “ser un buen bebedor”. De esta forma, mucha gente accede a un empleo y se les puede considerar como “bebedores profesionales” dentro de la empresa. Ahora os voy a contar una historia real, que sucedió a David hace poco más de un mes. En su empresa se organizó una cena para despedir a unos compañeros de Estados Unidos, que habían pasado unos días visitando la filial de Shangai. Aparte de los americanos y David, estaban invitados varios compañeros chinos, entre lo cuales, había uno de los jefes más relevantes de la fábrica. David ya me había contado que es habitual en esta persona que acabe bastante “alegre” cada vez que salen de cena. Parece ser que entre los americanos y este hombre se bebieron “hasta el agua de los floreros” y que esta vez acabó un poquito peor que de costumbre. Como no se le veía capaz de conducir su coche hasta su casa, le metieron en un taxi y, para que no fuera solo, le acompañó una de las asistentes a la cena. Al poquito tiempo, David recibió una llamada de esta mujer, preguntando sobre la dirección de la casa de nuestro amigo, que estaba tan borracho que no era capaz ni de recordar dónde vivía. Se montó un lío de impresión para localizar su domicilio y, finalmente, entre esta pobre chica y el taxista, no solo le sacaron del taxi y le subieron a su casa, si no que también le tuvieron que acostar. ¡Menudo panorama más lamentable! y también vaya marrón para la pobre mujer, que tuvo que meter en la cama a uno de sus jefes en un estado tan deplorable. Lo que a mi me parece más sorprendente es que este comportamiento, que a la mayoría nos parecería totalmente bochornoso dentro de un ámbito laboral, a los chinos les parece de lo más normal, además de una demostración de hombría y algo de lo que al día siguiente se puede ir presumiendo en la oficina. Yo creo que a cualquiera de nosotros que se viera en una de estas, se nos caería la cara de vergüenza y no sería, precisamente, muy bien visto por el resto de compañeros y, mucho menos, por los jefes. El director de la fábrica de David no es chino, como sucede en la gran mayoría de las empresas extranjeras afincadas en China, y frente a esto no puede hacer ni decir nada, puesto que un tema cultural. …y no os perdáis el próximo episodio: “Los Restaurantes”.

martes, 10 de marzo de 2009

Empecemos...

Tengo que reconocer que me ha costado mucho, muchísimo, ponerme a escribir este Blog. Aunque siempre he estado anunciando a "bombo y platillo" que lo iba a hacer y que, a lo mejor, más tarde escribía un libro, así que no me ha quedado otra que cumplir con lo prometido. 

¡Madre mía, como pasa el tiempo!, a finales de este mes podemos celebrar nuestro segundo cumpleaños en Shanghai. Recuerdo que cuando os anunciamos que nos íbamos y donde, fue un auténtico shock para muchas de vosotros: "¿pero estáis locos?, ¿no os podías ir más lejos?, ¿pero que se os ha perdido en China?, ¿es que no estáis bien en España?", etc, etc, etc,... Después de dos años viviendo aquí, y para tranquilidad de los que desconfiaban de nuestra aventura, tengo que decir que el balance ha sido muy positivo, y estamos convencidos que nuestra decisión fue la acertada. Vivir aquí es toda una experiencia que está marcando nuestras vidas y supongo que, en mayor o menor medida, también la de nuestras familias y amigos, así que lo menos que puedo hacer es compartir esas experiencias con vosotros.  Eso sí, que aunque estemos muy felices aquí, que quede claro que algún día (no sé lo lejos o lo cerca que está ese día) volveremos, porqué yo no me veo aquí toda la vida. Vivir aquí una temporada es fantástico, pero llegar a viejita en esta ciudad sería muy triste y yo, desde luego, no me veo... ¿Por qué me he decidido precisamente ahora a iniciar este Blog?. Son muchísimas las veces que me he dicho ¡tengo que empezar ya!, pero lo que pasa es que me ha resultado muy difícil dar ese paso. Seamos realistas, yo no soy escritora, ni pretendo serlo, y escribir un Blog requiere continuidad (que prometo dar, porqué cuando empiezo algo, lo termino), dedicación y darle un puntillo de diversión para que decidáis leerlo y esto no sea un muermo insoportable. Ese momento ha llegado, y supongo que tener el pie escayolado y saber que no me puedo mover de casa en al menos cuatro semanas (¡vaya rollo!), pues me ha animado...  La verdad que no sé muy bien por donde empezar, porqué como os podéis imaginar, después de dos años viviendo aquí, son numerosas las historias y anédoctas que os tengo que contar. Alguien me dijo un día que cuando uno vive en China no solo te sientes como si estuvieras viviendo en otro país, si no que más bien parece que estás en otro planeta. Quizás pueda parecer un poco exagerado este comentario y, de hecho, a mi me lo hubiera parecido antes de venir aquí, pero lo cierto es que China es totalmente distinta a nuestro "mundo occidental": la gente, la comida, el paisaje y, sobre todo, la cultura. Me sorprendió mucho la semana pasada cuando vi en el programa de TVE "Españoles por el mundo" y hablaban de su vida españoles que viven en Shanghai. En concreto, había una chica joven, socióloga, que decía que los chinos eran muy parecidos a nosotros. Yo, sinceramente, los encuentro muy diferentes en casi todo y, sobre todo, en su forma de entender la vida y las relaciones humanas. Como ya he dicho, esta mujer es socióloga, por lo que supongo que tiene una forma mucho más abierta a la hora de comprender a la gente que la mía. Como os imagináis, Shanghai es posiblemente “lo menos chino de toda China”. Es una ciudad gigantesca, monstruosa diría yo, con una población que oscila entre diecisiete y veinte millones de habitantes, dependiendo de donde venga la fuente. Es un lugar lleno de contrastes, por un lado, el gobierno se esfuerza en que sean ciudades como esta las que ofrezcan esa imagen de desarrollo, modernidad y riqueza de China al mundo, pero, por otro lado, y sin irse muy lejos, se puede ver la otra China, la de verdad, la de gente viviendo, o más bien mal viviendo, en la pobreza más extrema, sin agua corriente, suministro de luz o alcantarillado. Y eso, muchas veces, lo encuentras al lado de los rascacielos más impresionantes. Los chinos son tantos que les resulta muy difícil dar una cifra más o menos exacta de cuantos son, aunque he oído que hay cien mil funcionarios que están únicamente dedicados a la tarea de elaborar el censo. Se dice que actualmente la población es entre 1.300 a 1.400 millones de chinos. Total, ¿qué son cien millones más o menos de chinos?. Son muchos, muchísimos y ellos lo saben, son muy conscientes de las cifras y, además, es algo que les molesta mucho. Para evitar que la población siga creciendo de forma desorbitada, en muchas ciudades el gobierno ha prohibido que las familias tengan más de un hijo, aunque en Shanghai no es difícil encontrase con familias con dos hijos porqué, como todo, es una cuestión de dinero y aquí todo tiene un precio. El gobierno impone sanciones económicas a quién se salte esta norma, pero con pasta se puede subsanar fácilmente este agravio. En las zonas rurales no son tan estrictos y sí es habitual que las familias tengan varios hijos. Una de las cosas que más llama la atención al llegar aquí es la forma que tienen de conducir, tanto en el centro de la ciudad como en las autopistas. Bueno, lo de conducir es por decir algo, digamos que saben más o menos como manejar un coche, pero conducir, lo que se dice conducir, pues no. A mi entender, conducir implica el cumplimiento de las reglas de tráfico y tener un poquito de sentido común a la hora de hacer maniobras; bueno, aunque alguien dijo que "el sentido común es el menos común de todos los sentidos". De acuerdo, por supuesto que todos en algún momento nos las hemos saltado y hemos hecho "el piratilla" de forma consciente, pero de forma “puntual”. De todas formas, ahora en España nos vamos cuidando muy mucho de conducir bien, primero, y seamos honestos, al miedo que todos tenemos a la pérdida del carné, influyendo notablemente en nuestra “nueva educación vial” la presencia en nuestras carreteras de esas simpáticas personas vestidas de verde que se encargan de recordárnoslo cuando cometemos una infracción, regalarnos una suculenta multa y quitarnos unos cuantos puntos de nuestro permiso de conducir. Por otro lado, yo creo que poco a poco, también nos vamos concienciando del peligro de saltarse las normas. En España hay dos infracciones que son las que causan mayor número de muertos al año: el exceso de velocidad y el consumo de alcohol. Aquí se comenten todas las infracciones a la vez, puesto que no se respetan las normas. China es un país con más de 90.000 muertes al año en accidentes de circulación, que en una población de 1.400 millones de personas no parece demasiado, pero hay que tener en cuenta que muy poca gente se puede permitir el lujo de comprarse un coche y en muchas zonas no hay prácticamente circulación, luego es una cifra elevadísima. Hay que considerar que la mayoría de la gente que conduce tiene una experiencia muy limitada en el tiempo, puesto que hasta hace tan solo unos años casi nadie tenía coche. Por ejemplo, considerando Shanghai, hace 10 años solo circulaban taxis y a los extranjeros no se les permitía conducir, bueno, en realidad, a nadie más que fuera un taxista se le daba el permiso de conducir. Ahora mismo en Shanghai el tráfico es terrible, y cada vez hay más y más coches que la ciudad difícilmente absorbe y no parece que haya ninguna medida que trate de solucionar el problema y que evite el colapso total de la ciudad en pocos años. A todo esto hay que añadir que mucha gente se desplaza en bicicleta, aunque en el centro propio de la ciudad está prohibido, lo que complica aún más el estresante tráfico. La situación mejoraría notablemente si las normas de tráfico se respetasen y se circulara, sobre todo, de una forma ordenada, pero eso parece algo muy difícil de que suceda por el momento... Los chinos no son ordenados. Se podría afirmar, sin exagerar, que aquí impera la ley del más fuerte, es decir, que el que tiene el coche más caro pasa primero, pero ese tiene otro gran rival, el camión, que cuanto más costroso es, más peligroso resulta, puesto que a esos sí que no les importa nada y nadie se atreve a ponerse en su camino. En esos casos, más vale apartarse rápidamente porqué si no te apartan ellos, echándote de la carretera… Esto no ha hecho nada más que comenzar. No faltéis al "próximo episodio" sobre el alcohol y el trabajo, que voy a titular: "Habilidades personales: Buen bebedor".