Utilizar un taxi en Shangai puede ser una experiencia memorable, que no siempre grata. El transporte público no es un servicio especialmente desarrollado y, aunque el metro es muy moderno, de momento son muy pocas las líneas disponibles, que solo cubren la zona centro. Para desplazarse a muchos lugares de esta ciudad descomunal, el taxi es el mejor medio de transporte posible, con dos grandes ventajas: disponibilidad, ya que hay gran cantidad de taxis, y precio, al ser relativamente barato; y como inconveniente, que el tráfico es terrible, y llegar a tiempo a una cita puede convertirse en todo un reto.
Los taxis no pertenecen a particulares, si no que hay varias flotas que se distinguen por el color del coche. El 99% de los taxis en Shangai son VW Santana de todas las épocas que ha conocido ese coche, desde el modelo de hace 30 años, que todavía se sigue fabricando aquí, pasando por el Santana 2000, Santana 3000 y, por último, Santana Vista, que es la versión más moderna. Cuando uno entra en un vehículo de esos de hace tres décadas, es como si se volviera al pasado, no solo porqué tienen un diseño muy antiguo, si no por lo incómodos que son. El motivo de que haya tanto Santana es porqué se fabrica en Shangai y resulta más económico que comprar otra marca que no se produzca aquí. Por la misma razón, en Beijing casi todos los taxis son Hyundai Lantra. Es muy caro comprar cualquier coche que no se fabrique en la provincia en la que uno vive.
También hay algunos taxistas, los menos, que son ilegales, con turismos normales y corrientes, pero que guardan el taxímetro en la guantera o que acuerdan directamente un precio con el cliente. De hecho, en nuestra urbanización hay uno, pero la verdad que se agradece poder ir en un VW Passat limpito y cómodo, con su tapicería de cuero. ¡Aquí eso es todo un lujo!.
Como ya conté en mi anterior entrada del blog, la limpieza no es una virtud que caracterice a los chinos y, los taxis, por desgracia, no iban a ser la excepción. Suelen estar más limpios por fuera que por dentro, porqué la apariencia externa de las cosas es algo que les preocupa mucho; si el interior está sucio o huele a tigre, no es tan importante. Los asientos están cubiertos con unas fundas blancas, bueno, que lo fueron en algún momento, cuando las lavaron. A mi me llama la atención ver a los taxistas con sus guantes blancos, tanto como las fundas de los asientos, y que a veces están rotos, dejando al descubierto los dedillos por los agujeros.
Los taxistas son una raza aparte de conductores, resultando extraño que respetan las reglas. En Shangai o Beijing son solo relativamente peligrosos, pero nuestra experiencia en otras ciudades no tan grandes, como Hangzhou, es muy mala y estos “profesionales del volante” van jugándose su vida y, lo que es peor, la de los pasajeros. Yo creo que en cualquier lugar del mundo es bastante común que los taxistas sean unos piratillas y muy flexibles a la hora de entender las normas de circulación. Conducen rápido, muy rápido, en comparación con la velocidad con la que el resto de vehículos circulan y no soportan tener a nadie delante, por lo que se pasan todo el trayecto cambiándose de carril para adelantar: por la izquierda, por la derecha, por el arcén, que todo vale. Es como estar jugando a un videojuego de carreras de coches, pero uno está dentro del juego. ¡Como se echa en falta el cinturón de seguridad en los asientos traseros!. Mientras conducen, también hablan por el móvil y fuman como carreteros, con toda naturalidad aunque, por supuesto, esté prohibido.
Cuando en una ciudad el número de taxistas no es suficiente, el gobierno se encarga de reclutarlos en las zonas rurales. Normalmente tienen poca o ninguna experiencia en conducir, y si tienen licencia, es probable que la hayan usado únicamente para transportes por el campo. Por todo esto, es bastante habitual encontrarse con taxistas que no se conozcan la ciudad y no suelen admitirlo, dando mil y una vueltas antes de decidirse a preguntar. Aunque me temo que lo de “no preguntar” es algo inherente al género masculino, independientemente de la cultura o nacionalidad. A veces, solo queda confirmar lo que ya se venía sospechando “yo juraría que esta calle ya la he visto tres veces”, más vale asumir que se está perdido y que no se sabe cuando se va a llegar al destino. Si se es un turista, hay que confiar en la suerte, pero si se vive aquí, es conveniente no tentarla y haberse estudiado bien el mapa antes de salir de casa para indicarles el camino a seguir. Es la única forma de evitar desagradables sorpresas.
Los chinos son muy desconfiados y los extranjeros tenemos un problema con los taxistas, ya que muchos no paran al ver que eres forastero, porqué tienen miedo a no entenderte o que tu no les entiendas y no les pagues. Y, desde luego, lo que es seguro, es que no se detienen si ven que se lleva un carrito de bebé. Recuerdo alguna que otra vez que David se ha tenido que esconder con Claudia y el carrito, mientras yo llamaba un taxi con Adrián y, una vez dentro los dos, han aparecido David y Claudia. ¡Muy triste, pero necesario!.
Creo que después de todo esto, ya todos entendéis porqué prefiero conducir mi propio coche…
3 comentarios:
Queridos lectores del Blog: que no os desanime Esther y cojed taxis en todas las ciudades que visitéis en China. ¡ES UN SUBIDÓN DE ADRENALINA! Al final, siempre se llega, aunque vuestros anfitriones os estén esperando en pijama en la calle con ganas de matar al taxista... Y siempre enriquecerá vuestro anecdotario del viaje.
María, tienes que reconocer que tuvo emoción eso de estar dando vueltas en un polígono industrial, a la una y media de la madrugada y con un taxista de esos que no tienen ni idea de como llegar. Y, claro, a esas horas y en ese entorno, tampoco había nadie a quién preguntar...
Madre mía que país, menos mal que me quedé en Torremolinos con esta buena gente. Saludos y lametones a todos.
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